

Ellos consideran que muchas veces se confunde responsabilidad con obediencia. Los padres y los maestros que constantemente dan órdenes a los niños contemplando con satisfacción cómo éstos las ejecutan, no están necesariamente enseñándoles a ser responsables. Los niños actúan de manera responsable cuando se comportan adecuadamente sin que haya que recordárselos una y otra vez.
Según estos autores, un joven es responsable si…
Realiza sus tareas en el hogar y el colegio sin que haya que recordárselo en todo momento.
Puede razonar lo que hace.
No culpa a los demás sistemáticamente.
Es capaz de escoger entre diferentes alternativas.
Puede jugar y trabajar a solas sin angustias.
Puede tomar decisiones que difieren de las que otros jóvenes toman en el grupo en que se mueven.
Respeta y reconoce los límites impuestos por los padres y profesores sin discusiones inútiles.
Puede concentrar su atención en tareas complicadas (según su edad) durante cierto tiempo sin llegar a situaciones de frustración.
Lleva a cabo lo que dice que va a hacer.
Reconoce sus errores y trata de corregidos sin armar un lío.
Para inculcar la responsabilidad es primordial que, desde niño, en el hogar se establezcan normas y reglas claras. De lo contrario resultará difícil practicar la autodisciplina necesaria para controlar los comportamientos propios. Se sentirá confundido y no sabrán exactamente cómo seguir las directrices que le dan.
Si los niños no tienen claro qué esperan sus padres de ellos, o no saben cuáles son sus deberes, no podrán educarse en el valor de la responsabilidad. Padres y educadores deben no solo establecer normas de la manera adecuada según la edad de cada niño o joven, sino explicar cuáles son las consecuencias por transgredirlas.
Los autores citados, en el libro Cómo enseñar a su hijo a ser responsable, aseguran que los niños a quienes no se les dan deberes en el hogar desde la primera infancia, carecerán de habilidad para organizarse, para fijarse objetivos y llevar a cabo tareas complejas a lo largo de su infancia y adolescencia.
Sin embargo es fundamental que padres y formadores tengan en cuenta tres reglas al asignar responsabilidades a los jóvenes que educan para que puedan interiorizar este valor:
Coherencia. Cuando una norma no se cumple, se debe dar un suave castigo. Esto tiene sobre el joven más efecto a largo plazo que una actitud incoherente con un castigo severo. La coherencia es una manera de demostrar a hijos y alumnos que se pendiente de su comportamiento.Al ser coherentes padres y maestros, los niños se más y saben a qué atenerse si no cumplen las normas y responsabilidades. Si no hay coherencia, los chicos sienten ansiedad porque no son capaces de predecir lo que puede suceder.
No arbitrariedad. No ser arbitrario significa que padres y educadores hacen algo diferente a lo que habían dicho, o hacen algo sobre lo que no habían advertido previamente. Un acto inesperado del padre ante una responsabilidad no cumplida, aumenta el miedo y la frustración del hijo.Para evitar caer en la arbitrariedad, padres y maestros deben aclarar lo que esperan en cada momento, comunicar esas expectativas de forma sencilla y directa y concretar cuáles son las consecuencias si la actuación no es consecuente con el modelo propuesto.
Recompensar. Ofrecer recompensa a cambio de responsabilidad. Es un estímulo para conseguir comportamientos adecuados. Ello no significa necesariamente regalos materiales, sino reconocimientos pequeños que reafirmarán al individuo joven la satisfacción de la labor cumplida.
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